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LOS NIÑOS AUTISTAS EN EL SISTEMA EDUCATIVO

LOS NIÑOS AUTISTAS EN EL SISTEMA EDUCATIVO

Aunque pueda parecer paradójico, recibir el diagnóstico de autismo de un hijo a veces tiene un efecto tranquilizador para algunos padres. Al fin encuentran un modo de nombrar la intuición que los apresaba desde hacía tiempo, la percibir en su hijo un funcionamiento persistente y diferente a la de otros niños, que los angustiaba secretamente.

Y es aquí donde otro tiempo se inicia.

Con el niño o niña, por supuesto, pero también para los padres que se encuentran llegados a ese punto, por lo general, al límite de su función, frágiles y agotados, cuestionados continuamente en el día a día, episodio tras episodio, por el propio hijo que rechaza de manera tajante aquello que se le dirige, sea una propuesta, una norma, una indicación o una simple manifestación de afecto. 

Pero también padres cuestionados, decía, desde afuera, muchas veces desde el ámbito escolar mismo que por más inclusivo que se nombre, por más apoyo terapéutico que se tenga en el aula, también termina rendido ante la impotencia de no saber qué hacer con esos casos.  Es así que a veces ocurre que el centro educativo se convierte en un denunciador compulsivo al momento de la recogida del niño de lo que el pequeño no pudo hacer, de lo que hizo mal o no llegará a lograr, deslizándose hacia una sutil pero constante invitación a que los padres busquen un sitio más adecuado para el menor. 

Por un lado, entonces, el niño autista que rechaza lo que se le ofrece de manera categórica, negándose a ser incluido entre otros y por otro parte, el centro escolar, que por no poder hacer con él, tampoco lo aloja. Doble exclusión.

Efectivamente, no todo en las personas es educable o programable. Por esa razón la robótica no logrará emularnos jamás al cien por cien. La subjetividad humana no se construye sólo de aprendizajes, recompensas y castigos. Los humanos no somos adiestrables porque la pulsión, de la que ningún sujeto está exento, solo puede regularse si ciertos procesos psíquicos acontecen.  Y los niños autistas encuentran allí un verdadero escollo porque están parasitados de una excitación pulsional para la que no cuentan recursos de tramitación. 

Para un sujeto autista, independientemente de su edad, las sensaciones funcionan por un lado mientras que sus procesos intelectuales ocurren por otro. El hecho de que su pulsión no se aferre a lo simbólico hace que sus emociones e imágenes no estén reguladas. La prueba de ello es que solo pueden usar el lenguaje bajo condiciones extremadamente precisas. De allí también que la percepción del mundo que tienen se les vuelva caótica, con la terrible consecuencia de que las demás personas le parecen imprevisibles e inquietantes.  La realidad en la que se mueven es para ellos un desorden incomprensible que los atenaza.

Teniendo en cuenta eso, imaginemos por un momento lo que es para un niño autista estar en un aula: estar con otros que se mueven, gritan, empujan, se ríen desmesuradamente, hablan imperativamente. Es ni más ni menos, una condensación de lo insoportable en un espacio sin salida.  ¿Quién no quisiera huir ante lo que lo aterra? Si se tratara de una fobia localizada el niño podría escapar, pero el niño autista no tiene donde: su entorno al completo, del que no consigue separarse, es invasivo. Sólo le queda la opción del repliegue y el aislamiento para estar a salvo. 

Pues justamente a ese mundo imprevisible el niño autista hace obstáculo. Y de manera feroz se resiste a ser enseñado: no porque sienta inquina hacia quien le enseña, ni siquiera lo hace por llamar la atención o porque no lo hayan amado. En absoluto se trata de eso. Lo hace porque el exterior que percibe no hace más que poner en riesgo su escasa integridad, con las miradas que recibe, las voces, las demandas, al extremo que si se insiste en la vía coercitiva, se producen episodios de disrupción proporcionales a la devastación que está sintiendo el pequeño en ese momento. Puede entonces ocurrir que rompan objetos de la clase, que se rasguen la ropa, que intenten morder o golpear para defenderse, que se estrellen de desesperación contra las paredes, que estallen las estereotipias que lo dañan. Señales todas de un sufrimiento insoportable, pero que lamentablemente suelen leerse como un desafío a lo establecido o culpabilizando a los padres de no haber sido suficientemente capaces de educarlo.

Y sin embargo, ese enorme sufrimiento que padecen, ¿no hace evidente que el “todos iguales” fracasa en el sistema educativo? La legitima igual de derechos no puede hacernos perder de vista la violencia que se ejerce con estos niños en pro de un “delirio de normalidad”. Y a ello se suma la posición en el discurso educativo del maestro o profesor, que no sólo es la de saber, sino la de detentar ese saber y mas aún, la de ser quien sabe cómo hay que hacer para que los demás sepan. Pues, por el contrario, si algo nos enseñan los chiquitos autistas es que para poder aprender, requieren educadores que en vez de saber y evaluar, inviertan su posición para dejarse enseñar por el gesto mínimo que atrajo el interés del pequeño autista. 

El único aprendizaje posible para estos niños no será nunca el curricularmente esperado, pero puede haber otros que abran una vía a su autonomía: los aprendizajes consentidos. ¿Consentidos por quién? Por el niño diagnosticado de TEA: si en los instantes fugaces donde se interesa por el mundo encuentra un partenaire sensible que no lo domestica sino que se acerca muy discretamente, con una simulada indiferencia, con una presencia suave que respete los ritmos de apertura y cierre, puede haber lugar a que ese interés naciente, sea sobre un tema o sobre un objeto en particular, encuentre formas de consolidarse.

Ellos nos lo enseñan en la clínica: siempre hay una grieta en sus defensas securizadas, sólo hay que estar atentos para no obstruirlas y por otra parte, no olvidar que el destino de un chiquito autista no está sellado en su cuerpo. En el trato que le ofrece el entorno, escolar en este caso, se juega gran parte de su porvenir.

 

Lorena Oberlin (oberlinlorena@gmail.com)

Artículo publicado en el Diario Información el 27 de marzo de 2021

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