Las causas íntimas de la ansiedad
Gracias al COVID- 19, la salud mental ha entrado en el discurso político. La salud mental se ha puesto de moda bajo dos preocupaciones que constantemente citan los medios: el elevado número de suicidios y el aumento de cuadros de ansiedad. El plural conviene en los dos casos, porque tratándose del psiquismo humano nunca hay un determinismo único, ni siquiera la pandemia puede arrogarse el protagonismo exclusivo de ser causante de ellos.
Pero me detendré en la ansiedad que es una manifestación transclínica, es decir, que suele presentarse en distintas tipologías clínicas y bajo formas muy diversas, tomando aquella parte del cuerpo del paciente, facilitada para la somatización.
Las presentaciones de la ansiedad van desde el paciente que se siente asfixiado por momentos, que no puede respirar; a otro que lo vive como un dolor acusado en el pecho, punzante o persistente, que suele llevarlo a urgencias ante el temor de que se trate de una patología cardíaca. Hay quien en cambio reconoce la ansiedad porque su cuerpo de pronto se agita, extrañamente, al ritmo de temblores o palpitaciones. Otra persona puede detenerse, como en parálisis, ante la realización de alguna actividad o responsabilidad, en una especie de comportamiento fóbico preventivo por el temor de que, al hacerlo, el malestar que ya conoce se incremente. Pero también la ansiedad puede acompañar los momentos previos al sueño, paradójicamente, justo cuando el cuerpo se detiene. El insomnio, la dificultad de dormir, revela así un estado de alerta que el propio sujeto no consigue comprender.
Por tanto, la confusión habitual es creer que se trata de una causa médica, que el cuerpo se desreguló en su autonomía, y de pronto comienza a fallar. Pero una vez descartada la causa orgánica, queda el cuerpo, como reservorio también de las palabras, insistiendo. ¿De qué se trata ese malestar difuso, pero tan pertinaz que termina angustiando?
Es reseñable como la época en la que vivimos empuja a ignorar las preguntas convenientes sobre el curso de nuestras vidas, por lo que funciona y no funciona en ellas y por lo que nos ocurre. Apremiados por el imperativo de la resiliencia, de sobreponerse a las adversidades bajo la tiranía de “ser feliz” todo el tiempo, del “tú puedes con todo”, del “sólo depende de ti”, del “quiérete a ti mismo” y de los manidos “déficit de autoestima”; los pacientes acuden buscando técnicas o herramientas para “gestionar o identificar” emociones; para que lo que les ocurre vuelva a encajar con lo esperado socialmente o con lo que ocurría antes de la que la ansiedad mostrara su cara insobornable. Decirle a alguien que no sabe gestionar sus emociones o no puede identificarlas es, cuanto menos, tratarlo de inepto: tu no sabes, yo te explicaré como y cuanto tienes que sentir. Patrañas del discurso actual que en un intento de domesticación de las conductas pretende abolir la subjetividad de las personas. En esa “normalidad” supuesta, pareciera que no pueden tener cabida los síntomas y mucho menos la ansiedad porque aún con su imprecisión, muestran un verdadero límite al sujeto.
Y, sin embargo, vivimos, sentimos, pensamos y amamos de acuerdo a las palabras que nos fueron dichas y a la propia historia vivida; y aunque parezca que sabemos lo que decimos cuando argumentamos: “yo soy así”, a poco que hablemos auténticamente surgen las contradicciones, las incoherencias, surge la narración de impulsos que llevan a veces a ir contra uno mismo, incluso, en ocasiones, hasta llegar a la autodestrucción. Surge lo que hasta entonces era inconfesable para la persona misma. ¡Sorpresa! El yo no es el sujeto, aunque se confunda fácilmente. El yo no es el sujeto, vale insistir. El yo es solo la instancia psíquica indispensable que sirve para nombrarnos y diferenciarnos del mundo, pero solo es una parcela de lo que somos; mientras que el sujeto, la persona que porta ese yo, es bastante más compleja porque desconoce muchas veces que aquello que hace o dice, sus actos y decisiones, están comandados por situaciones contingentes o heredadas. Cree que decide cuando en realidad ignora muchas veces, lo que fundamenta sus elecciones.
Pues bien, ese es el punto de llegada. No es necesario ir más lejos ni a Google . Aunque puede haber manifestaciones comunes con otros sujetos, la ansiedad dice, de manera única a quien la padece, de una discordia íntima en la vida de alguien. En este sentido, lo que vemos en la clínica, es que la pandemia no ha hecho más que venir a detonar lo que ya ocurría y que el aplacamiento mediante el uso de ansiolíticos suele ser momentáneo. Para que la alerta que envía el cuerpo desaparezca, será necesario acudir a un profesional que no acalle lo que el paciente tiene para decir-se.
Lorena Oberlin Rippstein (oberlinlorena@gmail.com)
Artículo publicado en el Diario Información de Alicante.
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