El sistema inmunológico civilizatorio
La pandemia puso en el tapete de la vida una realidad esencial en forma de binomio y que habita a todo ser humano: La existencia de un cuerpo en sus vertientes de vida y muerte y su relación con la otredad.
Patricia Manrique filósofa contemporánea, en su escrito de «La sopa de Wuhan», apunta específicamente sobre la inmunidad que se pone en juego en la pandemia, desde una perspectiva social-comunitaria, es decir estableciendo el estatuto del Otro, de los otros, del lazo y el vínculo, subrayando un concepto central en su línea de pensamiento: la Otredad.
«Buscar una inmunidad virtuosa, comunitaria, evidentemente necesaria en el caso del coronavirus, una inmunidad comunitaria en la que lo que debe importarnos no es la propia protección si no la de otros y otras, que suponga que la lucha por la salud sea una responsabilidad compartida, que requiere del concurso de todas y todos para todas y todos».
«Todos posibles portadores del virus», podría ser el universal cuantificador del momento, la manera de nombrar universalmente al sujeto de la pandemia. Este universal plantea, entonces, un sistema inmunológico en los cuerpos que preste batalla al virus, siguiendo la línea de pensamiento de Manrique, incluido también en la retórica actual de la medicina. Un ejemplo de ello es el tratamiento de los antibióticos cuyos efectos arrasan defensas y todo lo que encuentran a su alrededor, o bien lo paradigmático de las enfermedades autoinmunes donde precisamente el sistema inmunitario se vuelve contra sí mismo con toda la figuración de ataque.
Es decir, la pandemia nos ha puesto a reflexionar sobre las formas combinatorias entre el cuerpo y la inmunidad y por otro lado sobre el efecto de la otredad en la perspectiva de lo social.
¿De qué se trata esta otredad?
En la punta del iceberg de esta pandemia, la otredad se encuentra en la interrupción de los lazos, el vínculo, el no abraces, no beses, aléjate de mi cuerpo sobre el paradigma «todos posibles portadores del virus».
Pero como sabrán los amantes de la naturaleza de los glaciares, aquello que está por debajo del agua tiene una superficie mayor de lo que se observa por encima de ella.
La otredad forma parte de la estructura de todo sujeto, es la relación del sujeto con su propia alteridad, con aquello que el Otro presentifica de desconocido para sí mismo. Freud tomaba de la obra de Plauto «Homo homini lupus», es decir «el hombre es el lobo del hombre», para más adelante continuar «cuando el otro hombre es un desconocido». Este es el punto de agresividad, de «lobo» para los otros pero también para sí mismo. Ese goce es el punto más íntimo de cada uno y con el cual intentamos hacernos en sus diferentes formas de sublimación: la cultura, la educación.
Habitados por ese goce, como si de una marca se tratara a modo de «zona cero», la pandemia hará visible lo civilizatorio ¿inmunitario? de nuestra época y de cada uno de nosotros mismos.
Época que transitábamos, inclusive, antes de la pandemia, donde los movimientos segregativos ya estaban planteados del lado de la inmigración, cuando los sujetos o mejor dicho los cuerpos se ponían en juego en el mar mediterráneo, mientras Europa calculaba la economía de su propio goce.
El «todos posibles portadores de virus» pone a funcionar el tratamiento de los cuerpos y el Otro como alteridad a prestar batalla, como si de una guerra se tratara: de allí toda la constelación de significantes bélicos que estamos utilizando en nuestro discurso actual. Y en «la primera línea», tenemos a la Salud Pública, que tantas veces se ha cuestionado por el discurso neoliberal como inútil e innecesaria.
«Tenemos el mejor indicador epidemiológico», dice el Gobernador de Formosa, provincia del norte de Argentina, mientras crea centros de aislamiento obligatorios para todos aquellos que vienen fuera de la provincia y donde hay más policías que médicos, bajo la égida «Todos posibles portadores del virus».
Como si de algún ideal inmunitario se tratara, el otro pierde lugar de sujeto, es solo un indicador. Se trataría más bien de una hospitalidad violenta, aquella acogida a la otredad desde la violencia y sugerida por ciertos ideales, recordando el disonante cartel de entrada a Auschwitz: «el trabajo os hará libres».
La pandemia ha puesto sobre el tapete nuestros propios sistemas inmunológicos, pero no únicamente aquellos que tienen que ver con la biología de nuestro cuerpo, sino también aquellos que en la otredad se conjugan en lo singular del goce que nos habita uno por uno. J.Reyes López filósofo mexicano, afirma con contundencia: «La amenaza ‘externa’ ( en la retórica autoritaria del momento) es en verdad la amenaza interna; la realidad del virus es proporcional a la debilidad del sistema inmunológico civilizatorio».
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