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El amor lleva su tiempo

El amor lleva su tiempo

Para amar se necesita tiempo. Vivimos en la época del instante, del aquí y ahora, del cumplimiento de deseos con un clic de ratón, del todo es posible.

El amor ha entrado también en esta vorágine del consumo y se eligen candidatos con un simple scrolling, a través de las distintas aplicaciones, como si de objetos se tratara.

Las vivencias han tomado el relevo a las experiencias, se quiere acumular cuantas más vivencias posibles, para no perderse nada.  Es un tiempo del eterno presente, como si los acontecimientos se sucedieran sin dejar huella, como si se quisiera borrar el azar y la contingencia al llenar el tiempo, guiados quizás por un temor a la incertidumbre, al aburrimiento. Pero lo inesperado siempre llega.

En su libro, El aroma del tiempo, el filósofo Byung Chul Han, nos habla del sujeto de la experiencia para el cual el pasado no desaparece, sino que constituye su presente, entrelazándose así ambos tiempos. El sujeto de la experiencia está abierto a lo que vendrá, a lo que sorprende y a lo indefinido del futuro. Nunca es el mismo, porque, cito al filósofo, “habita la transición entre el pasado y el futuro”. “La experiencia comprende un espacio temporal más amplio. Tiene una intensidad temporal, a diferencia de la vivencia, que es puntual y pobre en temporalidad”. En el terreno de las vivencias, acumulamos relaciones sin el establecimiento de un lazo real con el otro.

A este respecto me encontré el otro día con una serie británica, hecha en tono de comedia, pero con algo trágico que la acompaña. La serie ‘Fleabag’, nos presenta al comienzo una chica de treinta años londinense, jovial, frívola y desenfadada que vive al ritmo que le impone su tiempo y la vida en la gran capital. Su vida amorosa y sexual está determinada principalmente por el goce de su propio cuerpo, y los otros representan para ella tan solo un medio para lograr su propia satisfacción. 

Sin embargo, un acontecimiento traumático, la accidentada muerte de su gran amiga, de la que se sentirá culpable, en medio de un proceso de duelo a su madre, hará que se abra la posibilidad de cambiar el rumbo y con ello la posibilidad de amar.

Se produce un corte en su vida que le llevará a una transición. El amor real está unido a la pérdida.

En su escrito Duelo y Melancolía, Freud nos hablará de como el duelo lleva a la apertura de un vacío, la constitución imaginaria que nos sostenía con el otro se rompe ante su ausencia, y quedamos en suspenso. Una grieta se abre en nuestra subjetividad que nos obliga a hacer algo con ello. La contingencia del acontecimiento inesperado marca un antes y un después.  El tiempo se detiene en el proceso de duelo, va para atrás, con el objeto de recordar, y en ese recordar uno se va despegando de los lazos con esa persona, que nos daban una consistencia, una identidad. Perdemos a la persona que se ha ido, pero sobre todo perdemos lo que éramos para esa persona. Con el duelo se consiente a la pérdida, y se abre la posibilidad a otra forma de amar. Una forma de amar que viene de la experiencia, y que por tanto lleva su tiempo.

En la serie mencionada, la muerte de la madre dejará a la protagonista a la deriva, lo que le llevará a decir: ‘no sé qué hacer con ello, con todo el amor por ella, no sé dónde ponerlo’; la amiga le sugerirá que se lo de a ella. Pero ante la repentina muerte de ésta, se tendrá que confrontar ante un vacío. Y la protagonista ‘no sabe que hacer’ con ello. Y así, la serie irá haciendo como un proceso de duelo a través de pequeños flash backs de escenas donde aparecen distintos momentos compartidos por las dos amigas. El presente queda interrumpido por momentos pasados que irá configurando un futuro para la protagonista, sobre todo en lo relacionado al amor.

De lo que se trata, lo que se pone en juego en esta serie es del consentimiento a separarse del otro, de la perdida que esto implica, pero que al mismo tiempo nos posibilita el amar de otro modo, un amor en el que no-todo es posible. Una experiencia del amor donde se pone en juego la diferencia y lo imposible, que nos lleva más allá de los enredos fantasmáticos, de la ‘sucia mezcolanza’, dirá Lacan, que no nos deja salir de nosotros mismos. 

La protagonista se mueve en dos escenarios, el de la trama, y uno por fuera de ella, que se dirige a nosotros, espectadores. Algo que queda fuera del sentido de la trama, que rompe la narrativa para dirigirse a un afuera, haciéndonos cómplices de su historia con el fin plantearnos un reto en estos tiempos del ‘amor líquido’. 

Amparo Tomás García

Artículo publicado en el Diario Información

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