Cuando no sé quién soy
Quién soy? Es una pregunta que nunca deja de estar presente en nuestro día a día, aunque pase la mayor parte del tiempo escondida y parezca no ser muy útil en los tiempos que corren. Es un interrogante que el ser humano se hace muy tempranamente en su vida y requiere de otras personas (sin excepción), para poder darse a sí mismo una respuesta. La persona requiere que alguien significativo, sea su madre, su padre, un familiar u otra persona, que esté dispuesta a darle un lugar en el mundo, le dé una primera respuesta que lo reafirme en que es alguien, que pueda anclar una primera imagen, para que a partir de allí siga construyendo e inventándose sus propias respuestas, que siempre incluirán a los otros que lo rodean. Así intenta el ser humano construirse una identidad que le permita estabilizar su relación con la realidad.
Y así vamos por la vida atravesando momentos, etapas, situaciones de alegría y de tristeza, volviendo sobre esa pregunta para seguir respondiéndola. Aunque en general solemos pensar que nuestra identidad no va cambiar, difícilmente podamos contestar al quién soy de forma completa y definitiva, siempre tenemos una sensación de que algo no se puede decir o que no es exactamente eso lo que querríamos decir sobre nosotros mismos. Y esto ocurre porque las palabras no pueden agotar ni describir del todo, quienes somos. Hay algo de enigmático en todo este asunto, porque no puede ser del todo dicho.
Aunque es en la consulta donde suelo encontrarme con quienes de un momento a otro, dicen no sé quién soy. Su relación con la realidad se desestabiliza, porque ya no les funciona lo que antes se respondían cuando se preguntaban quienes eran. Algún hecho o situación generó una grieta en la imagen que se hacían de ellos mismos para los demás y que daba cierta tranquilidad. Y cuando nos cuesta decir quienes somos, un sentimiento de incertidumbre y angustia suele acompañarnos.
Podríamos distinguir que no saber quién soy puede ocurrir básicamente de dos formas. En algunos casos por circunstancias de la vida, sin que nos lo propongamos, algo ocurre que trastoca lo que proyectábamos hacia adelante, que pone un signo de interrogación sobre el futuro que nos imaginábamos. Incluso el pasado puede tomar otro significado que desdibuja lo que fuimos hasta ese momento. En definitiva, los acontecimientos nos traen, sin que podemos evitarlo, ni escogerlo la pregunta quién soy de una forma abrupta y repentina, lo que nos impide reconocernos en lo que éramos.
En otros casos, no saber quién soy es una consecuencia inevitable para quien decide querer estar mejor, haciendo algo con lo que duele o molesta. Porque eso que nos duele o nos molesta, es parte de nuestra identidad, aunque a muchos nos cueste aceptarlo. Son momentos en que nos confrontamos con nuestros propios límites, que por un exceso o una falta de algo que estaba bien acomodado, desencadena una necesidad imperiosa de volver a preguntar quién soy. Porque nos damos cuenta que se nos ha perdido la respuesta y es necesario elaborar una nueva que incluya de alguna forma a lo que ha sembrado tanta incertidumbre.
En ambos casos, el hecho de encontrarnos con un “no saber quién soy”, requiere que tengamos que volver a tejer con palabras una respuesta que nos permita seguir adelante, que funcione como brújula para seguir caminando por la vida. Pero este camino no es tan sencillo dado que vivimos en una época en que los ideales han caído en desuso, en la que vale más la imagen que la palabra y en la que se nos propone que podamos reinventarnos todas las veces que la sociedad de consumo nos lo exija, aún a costa de extraviar en el camino, lo que nos hace únicos y va más allá de la imagen que mostramos a los demás. Se trata en definitiva de volver a ubicar una causa que vuelva a poner en marcha nuestro deseo, que aunque nunca podamos satisfacerlo del todo, sea una buena causa por lo cual vivir.
Diego Ortega Mendive (ortegamedive@gmail.com)
Artículo publicado en el Diario Información.
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