Una apología del juego infantil
Verano, al fin! Hagamos el ejercicio de detenernos un momento a ver como juegan los niños que nos rodean. Es cierto que para que eso suceda, los adultos deberán quitar aunque sea momentáneamente tabletas y móviles y sostener sin desesperar, las protestas de aburrimiento. A veces hacerlo se vuelve una ardua tarea ante niños que aparentemente ya no encuentran satisfacción jugando. Sin duda una paradoja de nuestro tiempo, donde lo lúdico ya no es la característica de la infancia sino las exigencias de satisfacción.
Por eso interesante tener en cuenta lo que se produce cuando un niño juega. Lo imprevisto tiene lugar. Se pueden ensayar ganancias, pérdidas, dominaciones, transgresiones, enfados, mutilaciones, atropellos, ensoñaciones. El juego simbólico muestra allí su verdadero poderío.
El único requisito es que el niño haya adquirido el lenguaje, no tanto que lo domine oralmente- esta conquista tiene tiempos que no son necesariamente cronológicos- sino más bien que percibamos como el niño organiza y comprende a través del lenguaje que lo rodea, su pequeño mundo.
Se juega con algo, a algo, o con alguien; en cualquier caso se trata de objetos a los que dirigirse y es aquí donde para un niño pueden aparecer dificultades, porque para poder jugar, el niño tuvo que construir con anterioridad, un objeto separado de él.
Los primeros indicios de la construcción de un objeto que servirá al juego, lo encontramos en un objeto que intermedia y anticipa la separación que va a tener lugar entre la madre y el niño. Puede ser un cojín, un peluche o una manta, etc. es decir, cualquiera de los objetos al alcance del bebé pero con la particularidad de que justamente, no será cualquiera. Para el pequeño niño, no es uno cualquiera. Es un objeto que él ha libidinizado y por tanto, de muy difícil renuncia. Poco importa que el cojín se haya estropeado o le regalen otro osito. La fijeza en ese objeto revela la función de sustitución que el objeto empieza a condensar. El apaciguamiento que el niño consigue, sin depender de la voluntad del entorno para satisfacerse, es fundamental porque con este primer objeto comienza a ensayar pérdidas, que se traducirán en juegos de presencia y ausencia.
Si más tarde puede comenzar a jugar solo, y luego con otros nenes, es porque ese objeto preferido pudo perderse.
Así es como el juego infantil adquiere una función esencial de representación, es decir, que permite que distintas situaciones puedan ser acompañadas de diversos relatos, vocalizaciones o imágenes, en una sucesión de deslizamientos y sustituciones que separa en ese instante al niño, del objeto concreto que manipula. Si una pieza de Lego puede significar en un momento un edificio y en el siguiente, ser el coche más veloz en el circuito de las carreras, es porque en el orden de las palabras, los objetos ganan una multiplicidad de sentidos.
A través del juego entonces, se amplía el universo de las ficciones, sea al modo de una invención como comentaba en el ejemplo anterior, o en el de la reparación. Es el caso de una niña que tras haber atravesado la separación de sus padres, halló en el juego telefónico con un familiar, la forma de convertirse ella misma, un rato cada tarde, en madre y esposa, de familia numerosa. Era una forma de repetición que alivia, porque en cada nueva comunicación telefónica, introducía un elemento añadido que la alejaba de lo difícil de soportar.
Con cada oportunidad de juego que establecen los niños adquieren normas de funcionamiento; crean intervalos de tiempos donde las exigencias de una satisfacción inmediata ya no pueden comandarlos, mientras que el placer de jugar se desplaza a la riqueza de recursos simbólicos que adquieren.
Ahora bien, es otra la relación con los objetos de juego en niños autistas. Nos enseñan en cambio, que el objeto privilegiado con el que se relacionan, resulta indispensable porque les otorga consistencia corporal y que no pueden desprenderse de él, sin que una angustia insoportable los invada. La función del objeto para ellos, es la de servirle de protección y organización, como reemplazo a ese proceso de separación que no se ha producido. De modo que en ellos, es fundamental permitir que el niño lo conserve siempre a su alcance. No se trata de un objeto que pueda ponerse en juego o perderse, es cierto, pero es por eso mismo, de vital importancia.
Escuchamos habitualmente a los padres preocupados por brindarles a sus hijos las mejores oportunidades educativas, pero ellas servirán de poco si no los inducimos en este tiempo, a que jueguen, en solitario o con otros. Un buen futuro para ellos, supone también la ampliación de su universo simbólico.
Lorena Oberlín
Publicado en el Diario Información.
No Comments